«Man and Nature», Zachari Logan.
«Man and Nature», Zachari Logan.
Un día ocurre de manera habitual que te despiertas
y haces lo de siempre como todos los días
y conduces tus pasos al mismo lugar de antier y de mañana
y todo parece igual y hasta en el aire
nada ha cambiado ni se mueve.
Pero sucede,
que pudo ser ayer o hace algunos inviernos
que perdiste a alguien o fué algo
y en la vorágine de tus rutinas
la velocidad de tus saltos
la complicación de tus temas
no pudiste notarlo.
Acomodaste la pérdida entre todas tus historias,
amontonándola en el álbum de tus miles de anécdotas.
Y pasaron los años,
y tu pérdida estaba guardada debajo de la cama
donde la habías barrido para que nadie la viera.
O tal vez la pusiste en el desván de triques
oculta entre otros tantos y entonces la ignorabas.
Y pasaron los días, te pasaba la vida, no llevaste la cuenta,
pero llegó el momento y te ocurrió de pronto,
todo se conjugaba,
conspiraba el destino para que recordaras.
Y estabas en el parque sentado en una banca
y a tu lado una mujer, sus manos tan iguales,
idénticas, a las de la mujer que amaste, o que también heriste.
Otro día caminando te detiene el olor de una panadería,
el aroma es el mismo al de las muchas tardes
cuando comprabas el pan de mano de tu abuela
y tenías un pretexto para sentarte con ella,
o sería el de ella para reirse contigo.
Y tu abuela se fué desde antes de morirse,
la dejaste atrás cuando acabó tu infancia,
cuando empezó su Alzheimer,
pero ahora regresa.
Y entras a un elevador
y tus ojos se fijan en aquellos zapatos
grises y desgastados como los de tu padre,
que se fué un día de esos tantos triviales,
sin haber dicho nada, sin poder despedirte.
Un día igual a todos, pero aunque se parezca,
esas manos no están.
Cuando se fueron,
no pudiste llorar porque no estabas listo
y barriste la pérdida o la pusiste en pausa,
pero llegó el instante.
Y se te viene todo de un jalón encima
y te apachurra el corazón la ausencia
y lloras todo lo que no habías llorado
porque un día amaste realmente aquellas manos
la alegría se encontraba en un trozo de pan
y tus muchas preguntas se quedaron colgadas
en la mirada que tu padre ya no te dio.
Y aunque se fue hace años,
apenas lo notaste.
A veces la muerte nos explota en la cara
o el orgullo de no poder llorar una historia que también apagamos,
Y nos toma de pronto, el dolor de la pérdida,
porque es ella quien viene,
te elige y te encuentra.
Caperucita Loba, Bitácoras de Vuelo.